Desde que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la guarnición local se
disparó un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche, de acuerdo con la
superstición cívica de que la pólvora purificaba el ambiente. El cólera fue mucho más
encarnizado con la población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero en realidad
no tuvo miramientos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había empezado, y
nunca se conoció el número de sus estragos, no porque fuera imposible establecerlo, sino
porque una de nuestras virtudes más usuales era el pudor de las desgracias propias.
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